Hola a todos
Como saben soy bastante
renuente a participar en las redes. En parte porque soy poco ducho en su
manejo, pero sobre todo porque soy, en este aspecto, un neurótico. Sin
embargo, y perdonen la demora, he decidido arrimar mi modesta opinión a la
discusión que se ha tejido en torno a nuestras dos últimas derrotas, discusión
que me tiene un poco asombrado, por no decir estupefaciente, según el término
que acuño mi admirado Joselo
Hablando con la franqueza
que uno se debe entre amigos, porque eso somos, ¿no?, jamás había presenciado
algo semejante a lo largo de mi vida futbolística, esto es, desde que militaba
en el infantil C del Loyola, como interior derecho; así se decía antes,
eran tiempos de la alineación uno, dos, tres, cinco, la VW, creo que se
llamaba.
Que yo recuerde, siempre
integré equipos armados desde el respeto entre todos, desde la amistad y la
convicción de que deberíamos ser solidarios internamente para poder ser buenos
competidores en la cancha. Siempre integré equipos que salían a vencer,
cuyos jugadores se partían el alma durante los noventa minutos, persuadidos del
espíritu de competencia, propio del deporte, pero sin olvidar nunca
que el campo era un lugar para entretenernos y divertirnos. Este era el
primer objetivo y por eso y para eso éramos amigos. Las derrotas dolían y
desanimaban y causaban, desde luego, desacomodos internos, disgustos y
reclamos, pero nunca fueron la causa de insultos, divisiones internas,
acusaciones, ganas de mandar todo al carajo. Lográbamos resolverlas
diluyéndolas en la responsabilidad colectiva, procurando no establecer culpas
individuales, sabidos de que en la pérdida de un juego nadie es inocente y
dejando en manos del DT el análisis del juego y de los jugadores e, igualmente,
los cambios requeridos para solucionar nuestros tropiezos.
Gracias a esta manera de
entender las cosas, forme parte de equipos que fueron muy ganadores (perdonen
la inmodestia). Pero, sobre todo, equipos en los que fue muy grato jugar porque
nunca perdieron el norte : eran equipos que salían a ganar, sí, pero
nunca a expensas de la cordialidad interna.
Digo lo anterior porque
nuestro equipo se ha enguerrillado, tanto en la cancha como, tal vez sobre
todo, en la pantalla de nuestros celulares. Perdimos el norte al que hacía
referencia anteriormente. Olvidamos lo elemental , que somos un grupo de
amigos que nos reunimos con el propósito de pasarla bien alrededor del balón,
tratando siempre de ganar, echándole bola, claro, pero sabiendo que si
perdemos, pos ni modo, como dicen los mexicanos. Si tal es el caso, toca
entonces tomar las medidas correctivas, pero sin mandar a nadie al paredón.
En fin, tengo la sensación
de que nos hemos vuelto un equipo mal humorado. Si fuera psicólogo diría que
padecemos de un exceso de seriedad y dramatismo, que estamos perdiendo el
sentido de fiesta que tiene el fútbol, convirtiéndolo en una actividad que nos
atormenta, que nos genera tensiones y arrecheras. Nos sale, pues,
repensar las cosas para que el fútbol regrese a nosotros como una actividad
placentera.
En medio del desmadre
nacional el partido semanal nos viene bien a todos. En lo personal pienso que
ni veinte derrotas consecutivas me llevarían a la decisión de abandonar el
fútbol y dejar al Loyola. Siempre quiero triunfar, me arrecha perder, obvio.
Pero aún en la derrota, siento que el privilegio de jugar un partido no tiene
precio.
Bajémosle 2 a los nervios.
Recuperemos el sentido lúdico del juego, sin perder nunca las ganas de
ganar El mio no es un llamado a la indolencia, sino a la calma.
Abrazos
Nacho
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