lunes, 2 de abril de 2018

El Punto de Nacho


Hola a todos
Como saben soy bastante renuente a participar en las redes. En parte porque soy poco ducho en su manejo, pero sobre todo porque soy, en este aspecto, un neurótico.  Sin embargo, y perdonen la demora, he decidido arrimar mi modesta opinión a la discusión que se ha tejido en torno a nuestras dos últimas derrotas, discusión que me tiene un poco asombrado, por no decir estupefaciente, según el término que acuño  mi admirado Joselo
Hablando con la franqueza que uno se debe entre amigos, porque eso somos, ¿no?, jamás había presenciado algo semejante a lo largo de mi vida futbolística, esto es, desde que militaba en el infantil C del Loyola,  como interior derecho; así se decía antes, eran tiempos de la alineación uno, dos, tres, cinco, la VW, creo que se llamaba.
Que yo recuerde, siempre integré equipos armados desde el respeto entre todos, desde la amistad y la convicción de que deberíamos ser solidarios internamente para poder ser buenos competidores en la cancha.  Siempre integré equipos que salían a vencer, cuyos jugadores se partían el alma durante los noventa minutos, persuadidos del espíritu de competencia, propio del deporte, pero sin olvidar nunca que el campo era un lugar para entretenernos y divertirnos.  Este era el primer objetivo y por eso y para eso éramos amigos. Las derrotas dolían y desanimaban y  causaban, desde luego, desacomodos internos, disgustos y reclamos, pero nunca fueron la causa de insultos, divisiones internas, acusaciones, ganas de mandar todo al carajo. Lográbamos resolverlas diluyéndolas en la responsabilidad colectiva, procurando no establecer culpas individuales, sabidos de que en la pérdida de un juego nadie es inocente y dejando en manos del DT el análisis del juego y de los jugadores e, igualmente, los cambios requeridos para solucionar nuestros tropiezos.
Gracias a esta manera de entender las cosas, forme parte de equipos que fueron muy ganadores (perdonen la inmodestia). Pero, sobre todo, equipos en los que fue muy grato jugar porque nunca perdieron el norte : eran equipos que salían a ganar, sí,  pero nunca a expensas de la cordialidad interna.
Digo lo anterior porque nuestro equipo se ha enguerrillado, tanto en la cancha como, tal vez sobre todo, en la pantalla de nuestros celulares. Perdimos el norte al que hacía referencia anteriormente.  Olvidamos lo elemental , que somos un grupo de amigos que nos reunimos con el propósito de pasarla bien alrededor del balón, tratando siempre de ganar, echándole bola, claro, pero sabiendo que si perdemos, pos ni modo, como dicen los mexicanos. Si tal es el caso, toca entonces tomar las medidas correctivas, pero sin mandar a nadie al paredón.
En fin, tengo la sensación de que nos hemos vuelto un equipo mal humorado. Si fuera psicólogo diría que padecemos de un exceso de seriedad y dramatismo, que estamos perdiendo el sentido de fiesta que tiene el fútbol, convirtiéndolo en una actividad que nos atormenta, que nos genera tensiones y arrecheras. Nos sale, pues, repensar las cosas para que el fútbol regrese a nosotros como una actividad placentera. 
En medio del desmadre nacional el partido semanal nos viene bien a todos. En lo personal pienso que ni veinte derrotas consecutivas me llevarían a la decisión de abandonar el fútbol y dejar al Loyola. Siempre quiero triunfar, me arrecha perder, obvio. Pero aún en la derrota, siento que el privilegio de jugar un partido no tiene precio. 
Bajémosle 2 a los nervios. Recuperemos el sentido lúdico del juego, sin perder nunca las ganas de ganar  El mio no es un llamado a la indolencia, sino a la calma. 
Abrazos
Nacho

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